La concesión del Premio Nobel de la Paz de este año al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas es un reconocimiento del derecho de todas las personas a la alimentación y de nuestro empeño común por alcanzar el objetivo del hambre cero.
En un mundo que nada en la abundancia, el hecho de que, cada noche, cientos de millones de personas se vayan a la cama con hambre constituye una grave afrenta.
La pandemia de COVID-19 ha agudizado la inseguridad alimentaria hasta un punto que no se había visto en décadas.
A finales de este año, unos 130 millones de personas podrían verse al borde de la inanición, cifra que hay que sumar a los 690 millones de personas que ya no tienen comida suficiente.
Al mismo tiempo, más de 3.000 millones de personas no se pueden permitir una dieta saludable.
Al conmemorar el 75º aniversario de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, debemos redoblar nuestros esfuerzos por alcanzar la visión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Esa idea representa un futuro en el que toda persona, en todo lugar, tiene acceso a la nutrición que necesita.
El próximo año, convocaré una Cumbre sobre Sistemas Alimentarios que inspire a actuar en pro de esa visión.
Tenemos que hacer que los sistemas alimentarios sean más resistentes a la inestabilidad y las perturbaciones climáticas.
Hay que garantizar una dieta sostenible y saludable para todos, y el mínimo desperdicio de alimentos.
Y se necesitan sistemas alimentarios que proporcionen medios de sustento dignos y seguros a los trabajadores.
Disponemos de los conocimientos técnicos y de la capacidad para crear un mundo más resiliente, equitativo y sostenible.
En este Día Mundial de la Alimentación, asumamos el compromiso de “Cultivar, nutrir y preservar. Juntos”.