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¿Puede la corona curar nuestro complejo de superioridad?

Les presentamos un interesante artículo del Profesor. Sven Biscop, Miembro Honorario del Colegio Europeo de Seguridad y Defensa; Director del Programa “Europa en el Mundo” del Real Instituto Egmont de Relaciones Internacionales de Bruselas, y Catedrático de la Universidad de Gante.

Un complejo de superioridad es difícil de curar. Nadie en Europa anhela un regreso al imperio (bueno, al menos nadie en la Europa continental). La mayoría de los estadounidenses siguen pretendiendo que en realidad nunca tuvieron un imperio. Pero los europeos y los estadounidenses todavía sentimos que tenemos derecho a dominar la política internacional y que es perfectamente natural que la UE y los EE. UU. sean los lugares más ricos del mundo. En el fondo, sentimos que lo hemos merecido, a través de nuestro arduo trabajo, lo que implica por lo tanto que si otras personas son menos acomodadas, es porque se lo merecen. La realidad es, por supuesto, que creamos el orden internacional para nuestro beneficio económico. Si el dólar estadounidense es la moneda de reserva del mundo, y si el Banco Mundial siempre está encabezado por un estadounidense y el Fondo Monetario Internacional por un europeo, eso no es una ley de la naturaleza, sino el resultado de una estrategia con visión de futuro que EE.UU. y sus aliados europeos implementaron al final de la Segunda Guerra Mundial.

Evidentemente, nadie fuera de la UE y los EE. UU. cree que tenemos derecho a una preeminencia permanente. Europa y Estados Unidos ya perdieron mucho de su brillo por no haber podido prevenir y luego manejar resueltamente la crisis financiera de 2008. Fue nuestro propio fracaso el que dejó un vacío que China llenó con entusiasmo; fuimos nosotros los que facilitamos el avance definitivo de Beijing. China vió la oportunidad de utilizar sus entonces enormes recursos para lograr una mayor influencia que le permitió establecerse con firmeza como una gran potencia al mismo nivel que Estados Unidos y la UE.

Hoy en día, la crisis del corona definitivamente ha borrado el último brillo de las reputaciones de Europa y Estados Unidos. No nos damos cuenta de la pérdida de credibilidad que hemos sufrido en otras partes del mundo, sobre todo en Asia. Ya era difícil de entender para la gente de Asia por qué nuestros estados tan supuestamente bien organizados, con sus sistemas integrales de atención médica, reaccionaron tan tarde al brote en China. Nuestra falta de experiencia con el virus del SARS, que afectó duramente a Asia en 2003, podría haber servido de excusa entonces. Aunque eso también apuntaba a nuestro complejo de superioridad: ¿no veíamos al COVID-19 simplemente como otro virus “alienígena” que pasaría de largo? Podría afectar a China, pero ciertamente no a nosotros, hasta que lo hizo. Lo que les resulta realmente incomprensible en Asia, sin embargo, es que la UE y los EE. UU. se abrumen ahora nuevamente por la segunda ola de la pandemia. De repente parece como si el coronavirus se hubiera convertido en “eso que solamente le sucede exclusivamente al hombre blanco”… Después de este gigantesco fracaso de los estados más ricos y fuertes del mundo, será muy difícil ir por el mundo señalando con el dedo y pretendiendo que sabemos mejor que otros cómo manejar las cosas.

No Repitamos Nuestros Errores

Si la pandemia pudiera curar permanentemente a Occidente de su complejo de superioridad, al menos habrá tenido un efecto secundario positivo. En su Estrategia Global de 2016, la UE estableció un orden internacional basado en reglas como uno de sus intereses vitales. Occidente ya no puede simplemente imponer esas reglas a los demás. Eso no significa que tengamos que abandonar nuestra agenda estratégica. Pero tendremos que convencer activamente a otros estados de la validez de eso que nosotros sí consideramos como las reglas básicas: no hacer la guerra, no limitarnos exclusivamente a las esferas de nuestros intereses, respetar los derechos humanos y acatar esas reglas que queremos que otros cumplan. Tendremos que negociar con otros estados en situación de igual a igual y estar dispuestos a compartir el poder para crear un orden basado en reglas que todos los estados acepten. Eso requiere que formulemos un proyecto positivo para el orden internacional. “No somos China” no es suficiente; debemos anunciar qué bienes públicos globales buscamos crear para el beneficio de todos.Desafortunadamente, muchos regímenes autoritarios presentan el fracaso de Occidente como un fracaso de la democracia y, por lo tanto, socavan la credibilidad de nuestra visión de las reglas básicas. Uno solo necesita mirar al Taiwán democrático, que probablemente lidió con el coronavirus mejor que nadie, para saber que el problema no es la democracia. Sin un liderazgo decidido y un aparato estatal fuerte, los regímenes democráticos, populistas y dictatoriales fracasan. Pero la crisis del corona representa un fracaso del sentido de lo colectivo en Occidente. Estados Unidos demuestra que el patriotismo e incluso el nacionalismo pueden ir de la mano de la ausencia de responsabilidad colectiva. Muchos patriotas ardientes ven a los EE. UU. como un conjunto de individuos que se defienden por sí mismos en lugar de una comunidad de ciudadanos que se cuidan unos a otros a través de instituciones sólidas. En la UE, viceversa, los estados de bienestar fuertes encarnan el sentido de responsabilidad colectiva, pero son víctimas de su propio éxito. Muchas personas ya no sienten que tienen una responsabilidad personal que asumir. Probablemente esta sea la razón por la que Japón, Corea del Sur y Taiwán se desempeñan mucho mejor en el control del brote que nosotros.

Sin embargo, no tiene sentido que Occidente conquiste su complejo de superioridad solo para que otros asuman uno, especialmente China. Los funcionarios estadounidenses en estos días ya no hablan de China; todos hablan del Partido Comunista Chino. Obviamente, el PCC tiene todo el poder en un estado de un solo partido, pero si Estados Unidos aplica este principio de manera consistente, también debería hablar de la Casa de Al-Saud en vez de hablar de Arabia Saudita. Más importante aún, esta analogía retórica pasa por alto el principal desafío, que es el nacionalismo chino. La propaganda del PCC ha sido muy eficaz, no para promover el comunismo, sino para crear el nacionalismo. El patriotismo es una fuerza para el bien y el pueblo chino puede estar justificadamente orgulloso de muchos de los logros económicos de China. Sin embargo, el nacionalismo es una fuerza negativa, y si no se mantiene bajo control, corre el riesgo de poner a China en un rumbo que solo puede antagonizar a otros estados, en detrimento de los intereses de China.

En cambio, una pandemia mundial exige la cooperación mundial. Los líderes mundiales perdieron la primera oportunidad: cuando se produjo el brote, muchos lo instrumentalizaron para perseguir su rivalidad con otras potencias. Pero tenemos una segunda oportunidad: cuando una vacuna esté disponible, no debe convertirse en un instrumento de competencia, sino en una razón para cooperar y asegurar su disponibilidad para todos. Demostremos que somos superiores a nuestros impulsos más básicos.

Más información:

Artículos sobre el COVID-19

Real Instituto Egmont de Relaciones Internacionales de Bruselas

Universidad de Gante

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