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Discurso del Secretario General con motivo del Día Internacional de Nelson Mandela

Excelencias, distinguidos invitadas e invitados, amigas y amigos,

Es un privilegio unirme a ustedes para rendir homenaje a Nelson Mandela, extraordinario líder mundial, defensor y modelo a seguir.

Doy las gracias a la Fundación Nelson Mandela por esta oportunidad y encomio la labor que lleva a cabo para mantener viva la visión de Mandela. También hago llegar mis más profundas condolencias a la familia Mandela y al Gobierno y pueblo de Sudáfrica por el prematuro fallecimiento de la Embajadora Zindzi Mandela a principios de esta semana. Que descanse en paz.

Tuve la suerte de encontrarme varias veces con Nelson Mandela. Jamás olvidaré su sabiduría, determinación y compasión, que brillaron en todo lo que dijo e hizo.

El pasado agosto, visité la celda de Madiba en Robben Island. Me quedé allí, mirando a través de los barrotes, embargado una vez más por la humildad ante su enorme fuerza mental y su incalculable coraje. Nelson Mandela pasó 27 años en prisión, 18 de ellos en Robben Island, pero nunca permitió que esa experiencia lo definiera a él o a su vida.

Nelson Mandela se elevó por encima de sus carceleros para liberar a millones de sudafricanos y convertirse en una inspiración mundial y un icono moderno.

Dedicó su vida a luchar contra la desigualdad, que en las últimas décadas ha alcanzado proporciones críticas en todo el mundo y plantea una amenaza cada vez mayor para nuestro futuro.

Hoy, en el cumpleaños de Madiba, hablaré de cómo podemos abordar las numerosas vertientes y capas de desigualdad que se refuerzan mutuamente, antes de que destruyan nuestras economías y sociedades.

Estimados amigas y amigos,

El COVID-19 ha puesto de relieve esa injusticia.

El mundo está en crisis. Las economías están cayendo en picada.

Hemos sido puestos de rodillas por un virus microscópico.

La pandemia ha revelado la fragilidad de nuestro mundo.

Ha puesto al descubierto riesgos que hemos ignorado durante décadas: sistemas de salud inadecuados; brechas en la protección social; desigualdades estructurales; degradación ambiental; la crisis climática.

Regiones enteras que habían logrado avances en la erradicación de la pobreza y la reducción de la desigualdad han experimentado, en cuestión de meses, un retroceso de años.

El virus representa un riesgo mayor para los más vulnerables: los que viven en la pobreza, las personas mayores y las personas con discapacidad y enfermedades preexistentes.

Los trabajadores de la salud están en la primera línea, y solo en Sudáfrica se han infectado más de 4.000 de ellos.

En algunos países, se ven amplificadas las desigualdades en materia de salud, pues no solo los hospitales privados, sino también las empresas e incluso los particulares están acaparando equipo valioso que se necesita urgentemente para todos.

Las consecuencias económicas de la pandemia están afectando a quienes trabajan en la economía informal y en empresas pequeñas y medianas, así como a quienes tienen responsabilidades de cuidado, la mayoría de los cuales son mujeres.

Nos enfrentamos a la recesión mundial más profunda desde la Segunda Guerra Mundial, y al colapso más amplio de ingresos desde 1870.

Cien millones de personas más podrían verse empujadas a la pobreza extrema. Podríamos ser testigos de hambrunas de proporciones históricas.

Se ha comparado al COVID-19 con una radiografía que ha revelado fracturas en el frágil esqueleto de las sociedades que hemos construido y que por doquier está sacando a la luz falacias y falsedades:

La mentira de que los mercados libres pueden proporcionar asistencia sanitaria para todos;

La ficción de que el trabajo de cuidados no remunerado no es trabajo;

El engaño de que vivimos en un mundo post-racista;

El mito de que todos estamos en el mismo barco.

Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en super-yates mientras otros se aferran a desechos flotantes.

Estimados amigas y amigos,

La desigualdad define la época en que vivimos.

Más del 70 % de la población mundial hace frente en su vida a una desigualdad cada vez mayor en términos de ingresos y riqueza. Las 26 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la mitad de la población mundial.

Pero los ingresos, los salarios y la riqueza no son las únicas medidas de la desigualdad. Las oportunidades de las personas en la vida dependen de su género, de su familia y su origen étnico, de su raza, de si tienen o no una discapacidad, y de otros factores.

Múltiples desigualdades se intersecan y refuerzan entre sí de generación en generación. La vida y las expectativas de millones de personas están en gran medida determinadas por las circunstancias de su nacimiento.

De esa manera, la desigualdad atenta contra el desarrollo humano para todos. Todos sufrimos sus consecuencias.

Los niveles altos de desigualdad están asociados con la inestabilidad económica, la corrupción, las crisis financieras, el aumento de la delincuencia y la mala salud física y mental.

La discriminación, el abuso y la falta de acceso a la justicia definen la desigualdad para muchos, en particular para los pueblos indígenas, los migrantes, los refugiados y las minorías de todo tipo. Esas desigualdades son un ataque directo a los derechos humanos.

Por consiguiente, a lo largo de la historia la lucha contra la desigualdad ha sido una fuerza impulsora en favor de la justicia social, los derechos laborales y la igualdad de género.

La visión y la promesa de las Naciones Unidas es que los alimentos, la atención de la salud, el agua y el saneamiento, la educación, el trabajo decente y la seguridad social no son mercancías que se vendan a quienes puedan pagarlas, sino derechos humanos básicos que tenemos todos.

Trabajamos para reducir la desigualdad, todos los días, en todas partes.

Esa visión es tan importante hoy como lo fue hace 75 años.

Ocupa el centro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, nuestro plan global acordado para la paz y la prosperidad en un planeta saludable, plasmado en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 10: reducir la desigualdad en los países y entre ellos.

Estimados amigas y amigos,

Incluso antes de la pandemia del COVID-19, muchas personas en todo el mundo comprendieron que la desigualdad estaba socavando sus oportunidades de vida.

Veían a su alrededor un mundo en desequilibrio.

Se sentían dejados atrás.

Eran testigos de cómo las políticas económicas encauzaban los recursos hacia unos pocos privilegiados.

Millones de personas de todos los continentes salieron a las calles para hacer oír su voz.

Las grandes y cada vez mayores desigualdades eran un factor común.

La ira que ha alimentado dos movimientos sociales recientes refleja una total desilusión con el statu quo.

Las mujeres de todo el mundo han llamado la atención sobre uno de los ejemplos más atroces de desigualdad de género: la violencia perpetrada por hombres poderosos contra mujeres que simplemente tratan de hacer su trabajo.

El movimiento antirracista que se ha extendido desde los Estados Unidos por todo el mundo tras el asesinato de George Floyd es una señal más de que las personas han dicho basta:

Basta de desigualdad y de discriminación que trata a las personas como delincuentes por el color de su piel;

Basta ya de racismo estructural e injusticia sistemática que niega a las personas sus derechos humanos fundamentales.

Esos movimientos apuntan a dos de las fuentes históricas de la desigualdad en nuestro mundo: el colonialismo y el patriarcado.

El Norte Global, específicamente mi propio continente de Europa, impuso el dominio colonial en gran parte del Sur Global durante siglos, por medio de la violencia y la coacción.

El colonialismo creó una enorme desigualdad en los países y entre ellos, incluidos los males de la trata transatlántica de esclavos y el régimen de apartheid aquí en Sudáfrica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la creación de las Naciones Unidas se basó en un nuevo consenso mundial en torno a la igualdad y la dignidad humana.

Una ola de descolonización se extendió por el mundo.

Pero no nos engañemos.

El legado del colonialismo aún reverbera.

Lo vemos en la injusticia económica y social, el aumento de los delitos de odio y la xenofobia; la persistencia del racismo institucionalizado y la supremacía blanca.

Lo vemos en el sistema de comercio mundial. Las economías que fueron colonizadas corren un mayor riesgo de quedar atrapadas en la producción de materias primas y bienes de baja tecnología, lo cual es una nueva forma de colonialismo.

Y lo vemos en las relaciones de poder globales.

África ha sido una doble víctima. En primer lugar, como objetivo del proyecto colonial. En segundo lugar, los países africanos están insuficientemente representados en las instituciones internacionales creadas después de la Segunda Guerra Mundial, antes de que la mayoría de ellos obtuviera la independencia.

Las naciones que salieron adelante hace 70 años se han negado a contemplar las reformas necesarias para cambiar las relaciones de poder en las instituciones internacionales. Un ejemplo de ello son la composición y el derecho de voto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en las juntas del sistema de Bretton Woods.

La desigualdad comienza en la cima: en las instituciones globales. Para abordar la desigualdad hay que empezar por reformar esas instituciones.

Y no olvidemos otra gran fuente de desigualdad en nuestro mundo: milenios de patriarcado.

Vivimos en un mundo dominado por los hombres, en una cultura dominada por los hombres.

En todas partes, las mujeres están en peor situación que los hombres, por el simple hecho de ser mujeres. La desigualdad y la discriminación son la norma. La violencia contra la mujer, incluido el feminicidio, ha alcanzado niveles epidémicos.

A nivel mundial, las mujeres siguen excluidas de los puestos de responsabilidad en los Gobiernos y en los consejos de administración de las empresas. Menos de uno de cada diez líderes mundiales es una mujer.

La desigualdad de género perjudica a todos porque impide que nos beneficiemos de la inteligencia y la experiencia de toda la humanidad.

Esa es la razón por la que, como orgulloso feminista que soy, he hecho de la igualdad de género una prioridad máxima, y la paridad de género es ahora una realidad en los puestos más altos de las Naciones Unidas. Insto a los líderes a todos los niveles a que hagan lo mismo.

Y me complace anunciar que el sudafricano Siya Kolisi es nuestro nuevo defensor mundial de la Iniciativa Spotlight de las Naciones Unidas, en cuya condición incorpora a otros hombres en la lucha para hacer frente al flagelo de la violencia contra las mujeres y las niñas.

Estimados amigas y amigos,

Las últimas décadas han creado nuevas tensiones y tendencias.

La globalización y el cambio tecnológico han generado enormes avances en materia de ingresos y prosperidad.

Más de 1.000 millones de personas han salido de la pobreza extrema.

Pero la expansión del comercio y el progreso tecnológico también ha contribuido a un cambio sin precedentes en la distribución del ingreso.

Entre 1980 y 2016, el 1 % más rico del mundo absorbió el 27 % del crecimiento acumulado total de los ingresos.

Los trabajadores poco cualificados se enfrentan a una avalancha de nuevas tecnologías, a la automatización, la deslocalización del sector manufacturero y la desaparición de las organizaciones laborales.

Los beneficios fiscales y la elusión y la evasión de impuestos siguen siendo un fenómeno generalizado. Se han reducido las tasas tributarias de las empresas.

Como consecuencia, han disminuido los recursos que se invierten en los mismos servicios capaces de reducir la desigualdad: la protección social, la educación y la atención sanitaria.

Y una nueva generación de desigualdades va más allá de los ingresos y la riqueza para abarcar los conocimientos y las aptitudes necesarios para tener éxito en el mundo de hoy.

Profundas disparidades comienzan antes del nacimiento y definen vidas, y determinan una muerte temprana.

En los países con un desarrollo humano muy elevado, más del 50 % de los jóvenes de 20 años están en la enseñanza superior. En los países de bajo desarrollo humano, esa cifra es el 3 %.

Más sorprendente aún es el hecho de que alrededor del 17 % de los niños nacidos hace 20 años en países de bajo desarrollo humano ya han muerto.

Estimados amigas y amigos,

De cara al futuro, dos cambios sísmicos darán forma al siglo XXI: la crisis climática y la transformación digital. Ambos podrían ensanchar todavía más las desigualdades.

Algunos de los acontecimientos que tienen lugar en los centros tecnológicos y de innovación de hoy en día son motivo de gran preocupación.

La industria de la tecnología, dominada por los hombres, no solo se está perdiendo la mitad de los conocimientos especializados y de las perspectivas del mundo. También está utilizando algoritmos que podrían afianzar aún más la discriminación de género y racial.

La brecha digital refuerza las divisiones sociales y económicas, de la alfabetización a la atención sanitaria, de lo urbano a lo rural, del jardín de infancia a la universidad.

En 2019, cerca del 87 % de la población de los países desarrollados utilizaba Internet, frente a tan solo el 19 % en los países menos adelantados.

Corremos el peligro de un mundo de dos velocidades.

Al mismo tiempo, para 2050, la aceleración del cambio climático afectará a millones de personas debido a la malnutrición, el paludismo y otras enfermedades, la migración y los fenómenos meteorológicos extremos.

Esto crea serias amenazas a la igualdad y la justicia intergeneracionales. Los jóvenes que se manifiestan hoy en día contra el cambio climático están en la primera línea de la lucha contra la desigualdad.

Los países más afectados por la perturbación del clima fueron los que menos contribuyeron al sobrecalentamiento global.

La economía verde será una nueva fuente de prosperidad y empleo. Pero algunas personas perderán sus trabajos, particularmente en los cinturones de óxido post-industriales de nuestro mundo.

De ahí que hagamos un llamamiento no solo a la acción climática, sino también a la justicia climática.

Los líderes políticos deben elevar su ambición, las empresas deben elevar sus miras y las personas en todas partes deben elevar sus voces.

Hay un camino mejor, y debemos tomarlo.

Estimados amigas y amigos,

Los efectos corrosivos de los actuales niveles de desigualdad se hacen ver con toda claridad.

A veces se nos dice que la fase ascendente de la marea de crecimiento económico levanta a todos los barcos.

Pero en realidad, la desigualdad cada vez mayor hace que se hundan todos los barcos.

Se ha erosionado la confianza en las instituciones y los líderes. La participación del electorado a nivel mundial ha disminuido como promedio en el 10 % desde principios de la década de 1990.

Las personas que se sienten marginadas son vulnerables a los argumentos que culpan de sus desgracias a otros, en particular a aquellos de apariencia física o comportamiento diferentes.

Pero el populismo, el nacionalismo, el extremismo, el racismo y el uso de chivos expiatorios solo crearán nuevas desigualdades y divisiones en las comunidades y entre ellas; entre países, entre etnias, entre religiones.

El COVID-19 es una tragedia humana. Pero también ha creado una oportunidad generacional.

Una oportunidad de construir un mundo más inclusivo y sostenible.

La respuesta a la pandemia y al descontento generalizado que la precedió deberá basarse en un Nuevo Contrato Social y un Nuevo Acuerdo Global que creen igualdad de oportunidades para todos y respeto por los derechos y libertades de todos.

Solo así podremos cumplir los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París y la Agenda de Acción de Addis Abeba, acuerdos que abordan precisamente los fracasos que la pandemia ha expuesto y explotado.

Un Nuevo Contrato Social en las sociedades permitirá a los jóvenes vivir con dignidad; asegurará que las mujeres tengan las mismas perspectivas y oportunidades que los hombres; y protegerá a los enfermos, a los vulnerables y a las minorías de todo tipo.

La educación y la tecnología digital deberán ser dos grandes facilitadores e igualadores.

“La educación es el arma más poderosa que podemos usar para cambiar el mundo”. Como siempre, Nelson Mandela fue el primero en decirlo.

Los Gobiernos deben dar prioridad a la igualdad de acceso, desde el aprendizaje temprano hasta la educación permanente.

La neurociencia nos dice que la educación preescolar cambia la vida de los individuos y aporta enormes beneficios a las comunidades y sociedades.

Por lo tanto, cuando los niños más ricos tienen siete veces más probabilidades que los más pobres de asistir a la escuela preescolar, no es sorprendente que la desigualdad sea intergeneracional.

A fin de ofrecer una educación de calidad para todos, necesitamos duplicar con creces el gasto en educación en los países de ingresos bajos y medianos para 2030, hasta alcanzar los 3 billones de dólares al año.

En el plazo de una generación, todos los niños de los países de ingresos bajos y medianos podrían tener acceso a una educación de calidad a todos los niveles.

Esto es posible. Solo tenemos que decidirnos a hacerlo.

Y en la medida en que la tecnología transforma nuestro mundo, no basta con adquirir conocimientos o aptitudes. Es necesario que los Gobiernos den prioridad a la inversión en la alfabetización digital y la infraestructura.

Será esencial aprender a aprender, adaptarse y adquirir nuevas aptitudes.

La revolución digital y la inteligencia artificial cambiarán la naturaleza del trabajo y la relación entre el trabajo, el ocio y otras actividades, algunas de las cuales no podemos ni siquiera imaginar hoy en día.

La Hoja de Ruta para la Cooperación Digital, presentada en las Naciones Unidas el mes pasado, promueve una visión de un futuro digital inclusivo y sostenible conectando a la Internet a los 4.000 millones de personas que restan por hacerlo para 2030.

Las Naciones Unidas también han lanzado “Giga”, un ambicioso proyecto para poner en línea a todas las escuelas del mundo.

La tecnología podrá turbocargar la recuperación respecto del COVID-19 y el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Estimados amigas y amigos,

El aumento de las brechas de confianza entre personas, instituciones y líderes nos amenaza a todos.

Las personas quieren sistemas sociales y económicos que beneficien a todos. También quieren que se respeten sus derechos humanos y libertades fundamentales. Quieren tener voz y voto en las decisiones que afectan a sus vidas.

El Nuevo Contrato Social, entre los Gobiernos, las personas, la sociedad civil, las empresas y más, deberá integrar el empleo, el desarrollo sostenible y la protección social, sobre la base de la igualdad de derechos y oportunidades para todos.

Las políticas laborales, combinadas con un diálogo constructivo entre los empleadores y los representantes de los trabajadores, pueden mejorar la remuneración y las condiciones de trabajo.

La representación de los trabajadores también es fundamental para hacer frente a los desafíos que plantean a los empleos la tecnología y la transformación estructural, incluida la transición a una economía verde.

El movimiento laborista tiene una orgullosa historia de lucha contra la desigualdad y de defensa de los derechos y la dignidad de todos.

Es esencial que el sector informal se integre gradualmente en los marcos de protección social.

Un mundo cambiante requiere una nueva generación de políticas de protección social con nuevas redes de seguridad que incluyan la cobertura sanitaria universal y la posibilidad de un ingreso básico universal.

Es esencial establecer niveles mínimos de protección social y revertir la subinversión crónica en los servicios públicos, como la educación, la atención de la salud y el acceso a Internet.

Pero esto no es suficiente para hacer frente a desigualdades arraigadas.

Necesitamos programas de acción afirmativa y políticas especialmente dirigidas a abordar y remediar las desigualdades históricas de género, raza o etnia que han sido reforzadas por las normas sociales.

La tributación también tiene un papel en el Nuevo Contrato Social. Todos —individuos y empresas— deberán pagar la parte que les corresponde.

En algunos países, hay lugar para impuestos que reconocen que los ricos y las personas bien conectadas se han beneficiado enormemente del Estado y de sus conciudadanos.

Los Gobiernos también deberían trasladar la carga fiscal de las nóminas al carbono.

Gravar el carbono en lugar de a las personas aumentará la producción y el empleo, al tiempo que reducirá las emisiones.

Debemos romper el círculo vicioso de la corrupción, que es a la vez causa y efecto de la desigualdad. La corrupción reduce y desperdicia los fondos disponibles para la protección social; debilita las normas sociales y el estado de derecho.

La lucha contra la corrupción depende de la rendición de cuentas. La mayor garantía de la rendición de cuentas es una sociedad civil vibrante con medios de comunicación libres e independientes y plataformas de redes sociales responsables que fomenten un debate saludable.

Estimados amigas y amigos,

Encaremos los hechos. El sistema político y económico mundial no está proporcionando bienes públicos mundiales de importancia vital: la salud pública, la acción climática, el desarrollo sostenible, la paz.

La pandemia del COVID-19 nos ha recordado la trágica desconexión entre el interés propio y el interés común; y las enormes brechas en las estructuras de gobernanza y los marcos éticos.

Para cerrar esas brechas y hacer posible el Nuevo Contrato Social, necesitamos un Nuevo Acuerdo Global que haga que el poder, la riqueza y las oportunidades se repartan de manera más amplia y justa a nivel internacional.

Un nuevo modelo de gobernanza mundial debe basarse en la participación plena, inclusiva y en pie de igualdad en las instituciones mundiales.

De lo contrario, nos enfrentaremos a desigualdades y brechas aún mayores en materia de solidaridad, como las que presenciamos hoy en día en la fragmentada respuesta mundial a la pandemia del COVID-19.

Los países desarrollados están muy interesados en su propia supervivencia frente a la pandemia. Pero no han podido proporcionar el apoyo necesario para ayudar al mundo en desarrollo en estos tiempos peligrosos.

Un Nuevo Acuerdo Global, basado en una globalización justa, en los derechos y la dignidad de cada ser humano, en una vida en equilibrio con la naturaleza, en la consideración de los derechos de las generaciones futuras y en el éxito medido en términos humanos más que económicos, es la mejor manera de cambiar esta situación.

El proceso de mundial de consultas en torno al 75º aniversario de las Naciones Unidas ha puesto de manifiesto que las personas desean un sistema de gobernanza global que cumpla sus expectativas.

El mundo en desarrollo debe tener una voz mucho más fuerte en la adopción de decisiones a nivel mundial.

También necesitamos un sistema multilateral de comercio más inclusivo y equilibrado que permita a los países en desarrollo ascender en las cadenas de valor mundiales.

Hay que impedir los flujos financieros ilícitos, el blanqueo de dinero y la evasión de impuestos. Es esencial que se logre un consenso mundial para poner fin a los paraísos fiscales.

Debemos trabajar juntos para integrar los principios del desarrollo sostenible en la adopción de decisiones financieras. Los mercados financieros deberán ser socios plenos en el cambio de la corriente de recursos desde lo marrón y lo gris hacia lo verde, lo sostenible y lo equitativo.

La reforma de la arquitectura de la deuda y el acceso a créditos asequibles deberán crear margen fiscal para que las inversiones avancen en la misma dirección.

Estimados amigas y amigos,

Nelson Mandela dijo: “Uno de los desafíos de nuestro tiempo … es volver a inculcar en la conciencia de nuestro pueblo ese sentido de solidaridad humana, de estar unos para otros en el mundo y por y a través de los demás”.

La pandemia del COVID-19 ha hecho que ese mensaje adquiera más fuerza que nunca.

Nos debemos los unos a los otros.

O luchamos juntos, o nos desmoronamos.

Hoy, en las manifestaciones por la igualdad racial … en las campañas contra los discursos de odio … en las luchas de las personas que reclaman sus derechos y defienden a las generaciones futuras … vemos el comienzo de un nuevo movimiento.

Ese movimiento rechaza la desigualdad y la división, y une a los jóvenes, la sociedad civil, el sector privado, las ciudades, las regiones y otros en torno a políticas en favor de la paz, nuestro planeta, la justicia y los derechos humanos para todos. Ya está cambiando cosas.

Ha llegado la hora de que los líderes mundiales decidan:

¿Sucumbiremos al caos, la división y la desigualdad?

¿O corregiremos los errores del pasado y avanzaremos juntos, por el bien de todos?

Estamos en un punto de inflexión. Pero sabemos de qué lado de la historia estamos.

Muchas gracias.

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