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El Espíritu de 2020 tiene 75 años

Por Mikel Mancisidor,
Experto independiente de la ONU, miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
Profesor en la Facultad de Derecho y miembro del Consejo de Gobierno de la Universidad de Deusto, España. Profesor Adjunto en Washington School of Law, American University, Washington D. C.

El documental “El espíritu del 45”, de Ken Loach, trata sobre algo importante que sucedió el año 1945 en el Reino Unido. Este documental es un ensayo en imágenes y entrevistas perfectamente complementario a un libro de memorias que os recomiendo con entusiasmo: “Mi última Lucha”, de Harry Leslie Smith.

Que hable de lo que pasó en 1945 en el Reino Unido puede parecer una huida hacia el pasado para escaparme de esto que nos está pasando aquí y ahora: la crisis global provocada por el coronavirus. Pero, si lees hasta el final, descubrirás que hay pocas cosas más actuales y de futuro que lo que tengo que contarte sobre el espíritu del 45.

Los británicos venían de dos horrorosas guerras mundiales en el plazo de 25 años. Es cierto que tras la Primera Guerra Mundial se creó la Sociedad de Naciones, Europa se reorganizó de una forma de definió el siglo y el centro del mundo navegó el charco para instalarse en América. Pero también es cierto que los soldados británicos que se pudrieron los pies en Verdún mientras las ratas les comían las orejas volvieron a un Reino Unido que podría ser aún escenario de una novela de Dickens.

Esto te lo puede explicar mejor que nadie Leslie Smith: la pobreza, la falta de derechos laborales, la ausencia de educación y de sanidad para los pobres, las infra-viviendas insalubres y las humillantes diferencias de clase permanecían inamovibles.

Los africanos o indios que lucharon por sus potencias coloniales volvieron a sus países a servir a sus señores europeos. Las mujeres que habían mantenido la retaguardia y la economía de guerra volvieron a “las labores propias de su género”.

A los pocos años fueron todos llamados de nuevo al sacrificio y sufrimiento extremos en el año 39. Pero tras el fin de la guerra, en el 45, algo tenía que cambiar. Miremos al Reino Unido. Puede decirse que Winston Churchill fue el individuo más decisivo en la victoria. Churchill era en 1945 el gran líder del momento. Tras la muerte de Roosevelt nadie quedaba que remotamente pudiera comparársele. Y aún así los británicos decidieron ese año, recién terminada la guerra, votar al laborista Attlee para liderar la paz.

El documental de Loach nos explica el porqué. Los británicos aceptaron con disciplina el sacrificio en tiempos de guerra, pero estimaron que la nueva paz no podía ser una vuelta a los años 20 y 30. Era el momento de hacer valer sus sacrificios y de cambiar las cosas. Era  el momento de hablar de derechos laborales, de educación y salud públicas, de salarios dignos, de trabajo decente y de equidad. Quienes regresaban de la guerra no habían luchado para defender los privilegios de las clases adineradas y nobles, no habían luchado por el derecho a servir en las cocinas de Downton Abbey o para el mayordomo al que da vida Anthony Hopkins en Lo que queda del día.

Si habían luchado contra el fascismo, la democracia debía tener algún significado real y concreto para todos los ciudadanos, tenía que traer una promesa de igualdad, oportunidades y derechos. Ese fue el espíritu del 45 en el Reino Unido.

En la segunda temporada de The Crown hay un capítulo dedicado a Lord Altrincham, quien criticando a la reina la hizo reaccionar y la ayudó a actualizar su imagen y algunas de sus costumbres, a hacerlas un poco menos clasistas. Hay una escena impagable de la primera entrevista, secreta, entre el lord y la reina. Isabel le pregunta qué quiere que cambie y él le contesta que “no se trata de lo que yo quiera que cambie, sino de reconocer que todo ha cambiado”. El noble continúa explicando que la “era de la deferencia ha terminado”, ante lo que la reina se pregunta qué nos queda y él responde: “la igualdad”. Acto seguido repasan las recomendaciones de cambios y la primera de ellas es “poner fin al baile de puesta de largo: la idea de que las jóvenes de cierta clase son presentadas a la soberana, y las que no lo son de esa clase no, es como si no fueran aceptables, es el tipo de desigualdad que debería haber desaparecido en la época de nuestros abuelos y, desde luego, después de la guerra”. Aquí tienes a un Lord explicando, con 10 años de retraso, a la reina qué fue el espíritu del 45 y cómo el fin de la guerra lo cambió todo.

Ese espíritu del 45 tuvo su versión global en la Carta de la ONU del mismo año. Por primera vez vemos que los Derechos Humanos entran en la agenda global y forman parte del Derecho Internacional. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, el sistema universal y los sistemas regionales de protección y promoción internacional de los Derechos Humanos son hijos directos de la Carta y consecuentemente de ese espíritu global del 45.

Las mujeres que habían sostenido la empresa industrial más ambiciosa de la historia debían ahora hacer valer sus reclamaciones. Los códigos civiles se reforman. El derecho de voto de las mujeres se conquista en Francia en 1944, en Italia en 1946, y comienzan procesos en el mismo sentidos en otros países.

La descolonización no es casualmente un fenómenos de los 50 y principios de los 60, sino que se entiende en el contexto del principios de la Carta y en el marco de la ONU. Su fundamento jurídico se explica así: “La sujeción de pueblos a una subyugación, dominación y explotación extranjeras constituye una denegación de los derechos humanos fundamentales, es contraria a la Carta de las Naciones Unidas y compromete la causa de la paz y de la cooperación mundiales”.

Ese espíritu de esperanza del 45 se extendió por todo el mundo. Incluso en España hubo un momento en que el sueño de la democracia y la libertad parecía posible. El Lehendakari vasco José Antonio Aguirre, por poner un ejemplo, dice en su discurso de Navidad de ese año, desde el exilio, desde Nueva York: “el pueblo vislumbra que el año 1946 es el último de la tiranía franquista (…) Esta afirmación, que las circunstancias van haciendo cada vez más real, debe convertirse en propósito decidido (…) las grandes victorias han sido logradas por la coordinación de muchos pequeños esfuerzos”. Ése era el tono del momento.

Este tipo de discursos muestran has qué punto el 45 fue un momento de la esperanza. Sabíamos que este año 2020, al cumplirse 75 años de la creación de la ONU, era buen momento para recordar esa promesa de libertad e igualdad que fue global. Este 2020 era momento de repasar sus logros, donde los ha habido, y sus fracasos, limitaciones y carencias.

Pero ahora esta crisis del coronavirus nos invita a hacer una lectura aún más contemporánea de todo ello y preguntarnos qué parte aquel espíritu, de aquella promesa, de aquel sueño, nos sirve aún hoy para afrontar lo que nos toca. Y es que es tras crisis globales cuando mejor podemos plantearnos la ambición de nuevos proyectos compartidos.

Hoy, como hace 75 años, es momento de preguntarnos si buscamos la aparente seguridad de la fronteras cerradas, si creemos que estas fronteras nos pueden proteger del coronavirus o del cambio climático, o si necesitamos un planteamiento compartido ante los problemas comunes; si nos salvará el egoísmo o nos salvará la inteligencia colectiva en la búsqueda de respuestas mejores para todos; si debemos volver a la Inglaterra de la infancia de Leslie Smith, su ausencia de derechos laborales y su ausencia de servicios sociales, educación y sanidad públicas, o si por el contrario queremos reforzar la salud y la educación de calidad para todos sin discriminación; si el conocimiento científico debe servir para hacer más cómoda la vida de unos pocos y para aumentar las desigualdades, o debemos ponerlo al servicio de una vida plena para todos como quería la Declaración Universal.

Resulta que las preguntas del 2020 son muy parecidas a las preguntas y esperanzas de 1945. Aquel espíritu del 45 permitió importantes mejoras sociales, de progreso y de igualdad, tanto al interior de muchos estados como en la comunidad internacional. Nos trajo la ONU, la descolonización, el principio de no discriminación racial y de género, los inicios de la unidad europea y los Derechos Humanos.

Tal vez en el 2020 pueda haber un espíritu que permita transformar una gran emergencia en una oportunidad de aprender cómo afrontar conjuntamente los retos globales, como el coronavirus y su crisis posterior o, ya puestos en marcha, el cambio climático.

El 75 aniversario de la ONU es mucho más que un evento formal debido a una fecha redonda y tan arbitraria como cualquier otra. Es la oportunidad para, sobre la base del espíritu del 45, construir el espíritu del 2020

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