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La ONU cumple los 75

Mikel Mancisidor, Experto Independiente miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU. Profesor de Derecho Internacional de los Derechos Humanos en la American University y en la Universidad de Deusto.

Hoy la ONU cumple 75 años. Y creo que merece una celebración. Sé que más de uno pensará que ante el estado del mundo y la persistencia de sus injusticias y sufrimientos, una llamada a la celebración puede parecer propio de quien vive fuera de la realidad. Debo justificarme.

La sociedad internacional, defínala usted como mejor le plazca, tiene como toda sociedad sus normas y sus instituciones. Ubi societas, ibi ius, decían los romanos a los que para estas cosas seguimos necesitando. Cada sociedad tiene su derecho. Y cada derecho es producto de esa sociedad y de alguna forma la define y la protege al tiempo que la transforma.

Tras unos primeros intentos en el siglo XVI de humanizar las normas que regían esa sociedad entre las naciones, que luego serían continuados por la Ilustración y por el humanitarismo del siglo XIX, no sería hasta el siglo XX que el Derecho Internacional buscó someterse a unos principios llamémosles morales. No lo consiguió, obviamente, pero con la Sociedad de Naciones tras la Gran Guerra lo intentó por vez primera. Nos ocurre a los humanos que aprendemos cometiendo errores y este experimento fallido fue una gran escuela para un segundo intento al terminar la Segunda Guerra Mundial.

La Carta de las Naciones es, si me permiten la analogía, la Constitución de esa sociedad internacional. Es el instrumento en que debemos buscar los grandes principios jurídicos y políticos que deberían guiarnos. La Carta limita la legalidad del uso de la fuerza para resolver los conflictos, reconoce unos derechos humanos que se imponen a la soberanía del estado, pone las bases para la descolonización y la igualdad racial, crea los espacios y los objetivos de colaboración internacional en diversas materias, desde la salud a la igualdad de género. Esta Carta, que entró en vigor un día como hoy de hace 75 años, creó la Organización de las Naciones Unidas.

Quienes vivieron el momento recuerdan ese espíritu: “en aquella época todos en la Secretaria General teníamos nuestra propia experiencia de la guerra. De modo que aquel llamado de la carta a preservar del flagelo de la guerra tenía mucho sentido. Éramos afortunados de haber sobrevivido y teníamos un deber moral para con las víctimas”, “compartíamos fuertes convicciones: el pleno empleo, el anticolonialismo, la importancia de los asuntos sociales”[1].

Tan tonto sería decir que la ONU ha conseguido sus objetivos como negar que se han producido avances importantes. Una de las maldiciones de la ONU es que le pedimos el fin de los problemas mundiales y al comprobar su incapaz para conseguirlo saltamos al otro extremo descreído para negarle legitimidad y recursos. Eso no nos sucede con otras instituciones dentro de cada país:  ni deslegitimamos al Ministerio de Trabajo por no conseguir para todos un trabajo de calidad, ni pedimos que al Instituto de la Mujer le retiren sus fondos porque no consigue el fin de la violencia de género. Entendemos que precisamente por ser objetivos inalcanzados necesitamos más cabeza y más recursos. Pero a la ONU la acusamos de ser un monstruo burocrático caro. Por supuesto que todas las ineficiencias de cualquier institución pública, sea local o internacional, deben ser denunciadas y defiendo la necesidad de una permanente rendición de cuentas sobre su eficiencia, con austeridad y transparencia. Pero tengamos en cuenta, por poner un ejemplo, que a la OMS le pedimos que acabe con la polio, que reduzca la incidencia del SIDA en África y que dé la mejor coordinación sobre la COVID 19 en todo el mundo, dotándole de un presupuesto menor que el del Departamento de Sanidad de una Comunidad Autónoma. Quizá, dado que es cierto que la OMS no consigue sus objetivos todo lo bien que nos gustaría, la pregunta no es sólo si la OMS funciona bien, sino también si la comunidad internacional se toma en serio que hay retos (desde la COVID-19 hasta el Cambio Climático) que sólo se pueden afrontar de modo global, en el marco de instituciones multilaterales, cediendo autoridad y proveyendo recursos.

Dicen que fue Dag Hammarskjold, exsecretario General de la ONU muerto en servicio, quien dijo aquello de que la ONU no fue creada para llevar a la humanidad al paraíso, sino para librarla del infierno. Ese realismo posibilista es necesario dado que lo contrario nos lleva a la frustración, al cinismo perezoso y paralizante y, en no pocos casos, a la pérdida de libertades.

Tenemos una ONU a escala humana, ¿deberíamos pretender que la ONU sea mejor que los gobiernos y las personas en el mundo? La ONU tiene sus deficiencias pero también su grandeza. La misma grandeza que ha permitido a los humanos empezar a conocer los virus o los agujeros negros, superando nuestras gigantescas limitaciones cognitivas individuales, es la que nos permite avanzar ante desafíos tan complejos como prohibir el recurso a la guerra, superar conjuntamente enfermedades, aumentar la escolarización de las niñas, luchar contra la pobreza o recuperar la capa de ozono. Ninguno de estos objetivos está conseguido, pero eso lo hace todo más valioso y más meritorio, porque avanzamos en un camino cuyos límites son los nuestros. Ningún parlamento o gobierno del mundo está compuesto de ángeles y sabios, no veo cómo la ONU iba a ser mejor. Si la ONU no existiera los asuntos globales se resolverían únicamente mediante acuerdos opacos entre los más fuertes y los grupos de interés. No me gusta que países que son grandes violadores de derechos humanos estén en el Consejo de Derechos Humanos negando la evidencia de sus crímenes, pero ¿sería mejor que estuviesen fuera, sin necesidad de dar cuentas a nadie de lo que hacen, sin un marco de referencia para poder calificarlo como crimen, y que el Consejo se convirtiera en un club de quienes se reconocen mejores?

La ONU requiera importantes reformas, de forma y de fondo, para responder a los retos del momento, pero también tiene valores que debemos proteger y fomentar. La Carta de la ONU fue una promesa de la humanidad para consigo misma y por eso comienza con una frase importante: “Nosotros los pueblos hemos decidido unir nuestros esfuerzos para…”. La expresión “nosotros los pueblos” llama a la diversidad, pero también a la responsabilidad y a la implicación en esa promesa que está en permanente construcción.

Paul Kennedy dejó escrito que “la comprensión de cómo y por qué  se creó esta organización mundial, de qué es lo que puede y no puede hacer, así como del potencial existente para reforzar su utilidad, debería ser patrimonio común de todos los hombres y mujeres cultivados”[2]. El 75 aniversario es buen momento para tomarnos en serio esta tarea de divulgación educativa.

[1] Testimonios recogidos en Thomas G. Weiss, Tatiana Carayannis,  Louis Emmerij and Richard Jolly: UN Voices. The Struggle for Development and Social Justice. United Nations Intellectual History Project. Indiana University Press, 2005.

[2] Paul Kennedy, El Parlamento de la Humanidad. Debate, 2007

Enlaces de interés:

Día de las Naciones Unidas – 24 de octubre

Mensaje del Secretario General con motivo al Día de las Naciones Unidas

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